viernes, 22 de agosto de 2008

El amor y la mierda



Ya empezamos con problemas. Esta primera aproximación a un blog de exhibicionismo cotidiano se debe a un desacierto relacionado con mi incontinencia verbal, motivado por aquel gran motor de la vida humana después del sexo y la comida: el amor (amorsh).
Hoy desperté con resaca de piscolas. Nada a lo que no esté acostumbrado, sobre todo considerando que ayer era jueves y hoy mi entrada a la "chamba" era a las 7 de la tarde. O sea, había terreno despejado para unos Alto del Carmen de 35 con , sí señores, Coca Light. Por razones en las cuales no pretendo profundizar mayormente -pero tienen que ver con los caprichos y ansiedades del ser humano que soy yo- el primer gran pensamiento que inundó mis empapadas neuronas fue que el amor y yo no estábamos de buenas y que nos hemos hecho cosas bien cabronas mutuamente.
A medio día debía reunirme con un joven que me prestará apoyo en asuntos extra laborales relacionados con algunas responsabilidades académicas pendientes. Le indiqué por teléfono cómo dirigirse desde el metro a mi departamento, ubicado en un sector del centro generoso en travestis de lujo. Por teléfono también fue nuestro primer "¡Hola!" (o "¡Wena!", que al caso da lo mismo) una vez que hicimos contacto visual cuando salí a recibirlo a la esquina del restorán chino y los dos locales de pollo a las brasas.
Nos saludamos con una efusividad relativa, pero con una sincera alegría de volver a vernos. Posiblemente este joven tiene 4 años menos que yo, pero como yo soy un poco pasado a caca -más aún con la resaca a cuestas- y me gusta dármelas de hombre con sabidurías y frases de bar, ante el primer cómo has estado que me lanzó respondí con un sintético resumen del último año y medio de mi vida tras el cual le largué un contundente: "Y bueno, cabro... el amor es una mierda. Hay que alejarse de esa huevá".
Él dijo: "Ah...Yo voy a ser papá. Mi polola, la de toda la vida, está embarazada de cinco meses".